Es algo que aprendí por las malas.
A veces lo que brilla por fuera es solo una armadura pulida.
Y lo que brilla por dentro…
necesita silencio, calor, pausa.
Antes pensaba que el glow up era el después de la tormenta.
El momento en que todo encajaba, el pelo se ordenaba solo, y la vida respondía a mis planes. (antes también me planchaba el pelo, pero esa es otra historia)
Hoy entiendo que el glow real aparece en medio del caos.
En la forma en que me hablo cuando no puedo más.
En cómo sostengo mis emociones sin salir corriendo a distraerme.
En cómo me abrazo cuando no hay respuestas.
Sí, me emociona cuando algo me interrumpe la rutina.
Cuando una herida vuelve a tocarme la puerta,
cuando algo se desacomoda,
cuando no me sale lo que antes me salía con los ojos cerrados.
Porque ahí me doy cuenta de si crecí.
Si estoy regulada de verdad o solo maquillando mi ansiedad de productividad.
Ahí aparece el verdadero termómetro:
¿puedo quedarme conmigo cuando nada me valida desde afuera?
Cada vez que algo en mí se cae, aparece otra parte que elige quedarse.
No hay antes y después con filtro.
Hay una especie de baile con la vida,
donde a veces el paso es torpe,
pero el ritmo es sincero.
Y ahí, en ese ritmo, me reconozco.
Ya no como la versión que lo tiene todo resuelto,
sino como la mujer que se regula para poder disfrutar.
Que no necesita demostrar nada, ni correr, ni apurar.
Solo estar.
Sentir.
Confiar.
Hoy elijo la regulación como mi nuevo glow up.
No por lo que se ve,
sino por lo que se siente:
Dormir tranquila.
Responder con el cuerpo presente.
Decir que no sin sentir culpa.
Tomar mate y leer desde la cama.
Reír sin necesidad de anestesiar lo que duele.
Estoy brillando.
Aunque nadie lo note
.
Aunque a veces yo misma me lo olvide.
Estoy brillando porque aprendí a sostenerme.
Y eso, para mí,
es el verdadero glow up.